miércoles, 7 de septiembre de 2011

Maldito gusano

Esta historia puede ser seguida en formato escrito (como en este blog), videopodcast y twitter.



Soy un gusano. Un gusano vagabundo al que ya no le queda vida dentro del cuerpo. Donde sea que apoyo la cabeza, ese lugar se transforma en mi hogar. La calle es la manzana en la que paso los días, hasta que la manzana se pudre y tengo que buscarme otra. Porque todo lo que toco se termina pudriendo y carcomiendo.
Vivo en la calle porque mi estilo de vida no me permite existir de otra manera. Lo que constantemente busco y anhelo consume todo el resto: personas, relaciones, sentimientos… todo queda anulado. Al principio eso me afectaba mucho. Ahora ya no me importa. Sólo necesito robar un poco de dinero, limosnear y encontrarme con el dueño del bazar. Él me da la cura para mis convulsiones  y  pesadillas. Sin mi dosis necesaria puedo pasar días sin dormir.

Jamás se me pudo haber ocurrido pensar que conocería a alguien de nuevo. Es decir, ¿yo? ¿Qué tengo que sea digno de amar? ¿Qué belleza vio en mi rostro de calavera y en mi piel llena de tatuajes negros? ¿Qué atracción sintió por mí, por mi cuerpo blanquecino de larva asquerosa y maloliente?
Ella intentó salvarme, pero al tomarle la mano la arrojé al vacío conmigo. Ella fue la culpable, no yo. Se lo advertí y ella insistió. Vaya ejemplo tan monumental de desperdiciar la vida… involucrarse conmigo… quién lo diría. Ya nunca podré saber que pasaba por su mente.

Pero sí la quise. Gracias a ella redescubrí lo que era querer a alguien, si es que se puede decir que lo que sentí era cariño. En realidad se sentía como sólo un recuerdo de un sentimiento, algo muy vago, así como  el sabor de dos migajas de pan. Pero misteriosamente nos unimos mucho. Mucho. Nos mezclamos, nos fusionamos. Al final, la arrastré a mi mundo y a mi entorno. Ella no lo soportó. Gracias a mi descorazonada crueldad lo nuestro se transformó en una “relación” desgastadora. Muchas veces estuvimos a punto de matarnos el uno al otro, pero al minuto siguiente yo ya regresaba de donde el dueño del bazar y en cosa de momentos todo se arreglaba. Nos convertimos en un monstruo. Ahora que ya no está ni siquiera la extraño.

Lo que sucedió fue que la mano dura de la sociedad nos aplastó muy fuerte. A ella se la llevaron, no sé donde. Yo estoy en un lugar lleno de otros gusanos vagabundos como yo. Aquí hay comida, hay camas. Ropa limpia. Qué imbéciles, miren como reciben todo regalado, gratuito, en bandeja. Yo no los necesito. Es más, ¿quiénes son ellos para obligarme a abandonar la calle, mi manzana podrida? Si es así como voy a vivir ahora, como una mugrienta mascota, al momento de terminar de escribir esto tomaré la jeringa y me iré de aquí. Para siempre. No sé a dónde llegaré.
Pero presiento que me encontraré con ella.